Granada y la Malafollá

Los granaínos somos un poco como esos hijos, al que les sale un padre majo, listo, guapo y famoso. Cuando viajamos a la gran ciudad y por el apellido, o el acento, sospechan del paretesco y nos preguntan: - ¿ usted no será el hijo de .... ? Al sacarles de dudas, esbozan una sonrisa y empiezan a decirte lo mucho que les gusta tu padre. Cuando los granadinos reconocemos, que efectivamente, somos hijos de la ciudad de La Alhambra, es raro no escuchar de vuelta montones de piropos y envidias.

En los jardines del Generalife, en esa fusión entre agua y arquitectura, en las matemáticas hechas estuco, me empecé a preguntar cómo puede ser que los granaínos seamos famosos por ese carácter tosco que se conoce por malafollá.

Es muy difícil definir la malafollá, y atrevido traducirla por lo que en el resto de la península se conoce por la mala leche o la mala sombra. Para los de fuera, quizás podáis intentar comprenderla leyendo el libro de “La malafollá granaina” de Ladrón de GuevaraOtro importante cronista de aquí, Andrés Cárdenas, ha conseguido llevar la discusión hasta Nueva York mediante su tratado "Dejaos de pollas, vayamos a pollas", que versa sobre el inusitado uso de la palabra "polla" en nuestra provincia, para expresar prácticamente cualquier cosa.

Y yo mientras tanto, paseando por el palacio nazarí, me pregunto si todo esto de la mafollá pudiera ser una especie de complejo de Edipo. Una lucha de amor-odio, de acomplejamiento hacia la ciudad que nos crió, y que atrae cada año a más de 3 millones de turistas de todo el mundo. Sólo hay que echarle un ojo a la pasión exacerbada que despierta entre los propios granadinos los contenidos que publican la gente de @mfgranaina en Twitter o Facebook. La letanía del "Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada" se repite un día sí y otro también. La gente ama a la ciudad con locura, pero no tanto a sus conciudadanos. De todo esto, se desprende un espíritu quejica del "fohhh" y "lavín compae", un caracter ordinario que parece nunca empatizar con el prójimo más cercano, con nuestros paisanos:

"Un granaíno entra en la peluquería. El barbero le recibe con amabilidad y le habla del tiempo, de su perro, de la portada del periódico, de la tertulia radiofónica, de su vecina que canta boleros y de las ganas que tiene de ir a la playa. Hasta que, por fin, pregunta a su cliente: "Y bien, ¿cómo le corto el pelo?" A lo que el granaíno responde: - en silencio " aproximación a la malafollá de J.E Cabrero

Me chiva Google que sólo 1 persona, en lo largo y ancho de la internet, y hace ya doce años, se atrevió a decir sobre Granada, esa muletilla que se suele construir para casi todas las ciudades feas: "Lo mejor de Granada son los granadinos".

Pero bueno, que no se puede tener todo, y ya se sabe, que como en Graná, ¡náh! , ¿verdad Frank Sinatra?